“Una Vida llena de contrastes”
Serafina nació en Rueda de la Sierra (Guadalajara) el 29 de Julio de 1933. Ingresó en el noviciado de La Sagrada Familia de Miranda de Ebro a los 17 años. En 1951 hizo profesión después de un año de Noviciado.
Murió el 13 de octubre de 2020 con 87 años y 67 de vida religiosa.
La menor de una familia numerosa, Serafina tuvo una salud delicada, pero esto no fue obstáculo para cumplir con su deber ya desde temprana edad.
Marcada por la tradición familiar ha sido una persona con una Fe recia en Jesucristo y en el Evangelio. El ejemplo de varias personas de la familia, consagradas al Señor, le impulsaron a entrar en el noviciado de la Sagrada Familia en donde afianzó su Fe y conoció a Jesucristo, manso y humilde de Corazón.
Dotada de numerosas cualidades para la vida práctica, la Congregación la orientó hacia los diversos servicios en el interior de las Comunidades, según se presentaba la necesidad: la cocina, las compras la horticultura, la jardinería, las aves de corral y otras…,
Con este bagaje vivió la obediencia recorriendo casi toda la Provincia, de Sur (Córdoba -LES) a Norte.
Su personalidad llena de contrastes, dura con ella misma, “no se dejaba” doblegar por nada. Siempre fiel a Jesucristo, su primer amor, la oración, y la vida de la Congregación eran prioritarios en su afán cotidiano. Ni siquiera ninguno de los duros tratamientos a los que fue sometida, pudo con ella.
Con los pies bien clavados en la tierra, erguida y pisando fuerte, pasaba por encima de todo, hasta que en su debilidad, la misteriosa presencia de Dios, fue doblegando su figura, y la mantuvo inclinada como quien está en actitud reverente ante el Señor creador de cielo y tierra. Así deseaba que Dios la sorprendiera en el último encuentro.
Pero bajo esas apariencias de inflexibilidad bastaba cualquier sugerencia para que su corazón se abriera de par en par con toda su capacidad de amar hacia la persona que la solicitaba, tanto para una ayuda espiritual (a cuantas Hermanas en Las Rozas les hizo la recomendación del alma) o la visita a una persona enferma o la ayuda material a conocidos o familiares.
Era extremadamente sensible a la escucha paciente que se le daba en los momentos difíciles que vivió, buscando desahogo y comprensión en situaciones injustas.
Gozábamos con ella por la ternura que derrochaba explicando el proceso que seguía en el cuidado de todo lo que constituía su misión: cocina, jardín, huerta, gallinero, conejos y el amigo inseparable, su gatito. Sus Santos protectores, San Antonio Abad y San Isidro Labrador cuidaban de todos y María de las Nieves no faltaba nunca a venerarlos.
La comunidad de Las Rozas fue el escenario de la última etapa en la que, a lo largo de meses y años, culminó su misión perfilando sus contrastes, y modelándolos “para el gran encuentro”.
Una segunda afección cancerosa, le abrió las puertas de la Eternidad. Aceptó llena de paz, entrar en el Paraíso con su lámpara encendida, desde la primera planta, en otro tiempo imposible.
Nos dejaste, Serafina-María de las Nieves, el regalo de una mirada sonriente, espejo de tu alma unificada.
Gracias por todo lo que nos diste y olvida lo que no supimos darte…
Tus Hermanas